Yolanda está agotada pero feliz. Ha
disfrutado del viaje a su ciudad soñada, NuevaYork, pero esta vez
como lo había programado.Recuerda cómo hace diez años hizo el mismo
viaje con su marido y unos amigos. Había programado lo mismo que en
este, pero ella no vio casi nada,salvo los grandes almacenes de los
que no salió: Century 21, Syms, Daffy’s. Nada de buenos
restaurantes.
Sólo tenía tiempo para
perritos calientes y algún café cuando se sentaba repleta de bolsas.
De camino al hotel para encontrarse con su marido siempre veía algo
que le interesaba y sentía el impulso irrefrenable por comprarlo; le
telefoneaba y excusaba su retraso. Unas veces compraba cosas
distinguidas para demostrar su poder adquisitivo y buen gusto ante
sus amigas, pero otras eran baratijas que no necesitaba o ya tenía.
En el hotel, encontraba a su marido enfadado por su ausencia y sin
comprender su actitud. Yolanda recuerda ese amargo sentimiento de
culpa que aparecía de inmediato y las lágrimas derramadas en soledad
cuando se preguntaba a sí misma porqué había vuelto a repetir lo que
tantas veces se había prometido evitar. ¿Dónde estaba ahora el
optimismo, la seguridad y el bienestar que tanto perseguía cuando
pensaba en adquirir cosas? Tardaron un año en recuperarse de aquella
sobredosis de compras, pero fue el punto y final de la adicción de
Yolanda. Alguna vez todos hemos caído en las ‘psicocompras’, para
sustituir un vacío, ansiedad o estrés por manos cargadas de bolsas
que nos hacen sentir mejor momentáneamente. Existe una estrecha
relación entre el estado emocional y la compra compulsiva,
asociándose esta última principalmente con sentimientos de soledad,
enfado, frustración o felicidad.
Definimos la compra
compulsiva como la urgencia irresistible de comprar, seguida de un
alivio de la tensión. Esta conducta no desaparece a pesar de las
graves consecuencias que suele conllevar: problemas personales,
conyugales y familiares e importantes problemas económicos. La
“urgencia irresistible de comprar” se presenta por término medio
unas tres o cuatro veces por semana, con una duración media de los
episodios de una a cinco horas. Generalmente sigue una sensación de
gratificación, felicidad y alivio de la tensión, pero al poco tiempo
aparecen sentimientos de culpa, enfado o tristeza.
Conducta
adictiva
Esta adicción
psicológica es una conducta que, siendo en un inicio placentera,
llega a ser adictiva al experimentar la persona un alivio de su
malestar tras realizar la compra. Esto en psicología se llama
reforzador negativo. Existe un constructo neuropsicológico que
explica estas conductas: nuestro deseo de compra activa las áreas
cerebrales relacionadas con los circuitos de recompensa. Cuando
consideramos el precio excesivo se activa la zona del cerebro
conocida como ínsula, momento en el que se inhiben los mencionados
circuitos de recompensa. Es decir, valoramos que ese comportamiento
placentero de comprar es menor que el desagrado que nos produce
gastar el dinero, por lo tanto lo probable es que no compense
adquirir el objeto y desistamos de comprar. En las personas que
presentan esta adicción, no se produce la inhibición necesaria,
manteniéndose la activación de las zonas del placer y recompensa
emocional ante la conducta de compra compulsiva.
Según diversas
investigaciones esta adicción afecta a entre el 1% y el 5% de los
europeos; 9 de cada 10 son mujeres, pero se está detectando un
aumento en varones (quienes prefieren artículos tecnológicos). Esta
conducta suele comenzar hacia los 17-18 años, alcanzando el nivel de
problema entre los 28-30 años. Una adicción que se da sobre todo en
periodos de alto consumo, como las rebajas (se acercan las de
julio), las vacaciones y navidades. Los adictos al ‘shopping’
disfrutan más con el acto de comprar que con lo que adquieren y les
asalta después un sentimiento de culpa y tristeza por haberse pasado
de la raya. Piensan en no repetirlo y en cómo justificaran los
gastos. Si bien en un inicio no somos compradores compulsivos, el
modelo de sociedad consumista y el impacto de la publicidad puede
llegar a desencadenar en algunas personas este comportamiento de
graves consecuencias por la pérdida de control de la voluntad. Para
ello, las empresas invierten grandes cantidades de dinero en
campañas publicitarias durante todo el año y en todos los medios de
manera persistente y machacona. Sin embargo, no olvidemos que ni
todas estas técnicas de venta, ni los miles de millones de euros
destinados a publicidad, tienen nada que hacer si empleamos la
inteligencia y capacidad de elección en nuestro propio interés.
Tratamiento
Hoy en día existen
tratamientos para las situaciones más problemáticas que obtienen
buenos resultados, principalmente, terapias psicológicas
cognitivo-conductuales individuales y grupales, donde se mejora la
autoestima y el control de los impulsos, combinados con
psicofármacos: antidepresivos, ansiolíticos, estabilizadores del
humor o antipsicóticos.
En todo caso, el mejor
tratamiento es la prevención y ahí cada uno tenemos en nuestra mano
la posibilidad de decidir sobre nuestra conducta y control. Bastaría
con tener en cuenta estas sencillas pautas (Dr. F. Alonso-Fernandez):
-
No compre cuando esté
en “horas bajas”, tenga hambre o esté cansada/o.
-
En momentos de
euforia procure divertirse en lugares alejados de grandes
almacenes o tiendas.
-
Compre sólo los
artículos incluidos en la lista que ha preparado tranquilamente en
su casa.
-
Procure hacer las
compras acompañada/o de otra persona.
-
Intente pagar con
dinero en metálico y restrinja en lo posible las tarjetas de
crédito.
Sigamos disfrutando de
las posibilidades que nos ofrece nuestra sociedad, pero valoremos
los riesgos de descontrol de nuestras conductas sin dejarnos engañar
buscando trocitos de felicidad en estanterías, perchas o páginas web.
La sensación de felicidad no está fuera, sino en cada persona.
FUENTE:
zonahospitalaria.com
Olga Arbeo Ruiz
Médico Especialista en Adicciones
Juan José Castiella Jusué
Psicólogo clínico
Juan Carlos Oria Mundín
Psicólogo clínico
Centro de Día Zuría. ACOAD - Servicios Asistenciales
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